En 1975, cuando ya algunos argentinos empezaban a emigrar por razones políticas, y en el horizonte se avizoraba la peor dictadura de Argentina, nacía Matías Néspolo. Estudio Letras en Buenos Aires, y se metió de cabeza en el oficio de escribir, colaborando y trabajando, allí y en Barcelona, con diferentes medios como periodista y crítico.
Con su primera novela publicada “Siete maneras de matar a un gato”, negra como la tinta china, es finalista del premio internacional Memorial Silverio Cañada, de la Semana Negra de Gijón, que se otorga a la mejor primera novela negra escrita por un autor en castellano y publicada en el mismo idioma, en cualquier punto del planeta Tierra. Como es habitual, y para que nos cuente la historia de casi todos, le preguntamos por sus oficios de vivir, y dice:
“En Barcelona he trabajado, en este orden, de: mozo de almacén, pinche de cocina, cocinero, repartidor de volantes, encuestador, redactor free lance, periodista, profesor de escritura creativa, lector editorial, corrector de estilo… y de alguna que otra cosa más que seguro se me escapa”.
-¿Se imaginaba candidato a un premio por su primera novela? ¿Cómo recibió la noticia?
-Como si efectivamente ya me hubiesen dado el premio. Un premio doble que sin esperarlo me ha caído del cielo. Por un lado, el reconocimiento en que se traduce esa condición de finalista ya es un premio para mí. Pero por el otro lado también está el premio gordo: la posibilidad de asistir a esa fiesta que es la Semana Negra junto a un montón de escritores que admiro de verdad. Nunca he ido a Gijón y me hacía mucha ilusión. Desde hace años que vengo intentando que algún medio con los que trabajo me envíe para allá a cubrir el evento y todavía no lo he conseguido. Y ahora ir invitado, y no como periodista sino como autor, me parece un sueño hecho realidad. Todavía no me lo creo…
-¿Dónde transcurre “Siete maneras de matar a un gato”?
-En una villa miseria del conurbano bonaerense, del segundo cinturón, si queremos precisar aún más. No tiene nombre ni localización exacta. El narrador la llama simplemente “el barrio”. Por algunas coordenadas que se dejan caer a lo largo del relato podemos imaginar que se ubica por el suroeste, entre González Catán y Laferrere. Por ahí di clases de lengua y literatura en varios colegios donde los profesores titulados –porque yo en esa época no lo estaba– no se atrevían a entrar.
-¿Por qué recurre a Argentina para escribir?
-No lo sé, porque no fue una decisión consciente. Vivir entre dos orillas me bloqueaba a la hora de ponerme a escribir ficción. No sabía en qué registro tenía que hacerlo, si en el castellano del Río de la Plata (el mío) o en el español ibérico que usaba para escribir en los medios. Y no era lo mismo ir a comprar una garrafa de gas que una bombona de butano o comerse un choripán que un bocadillo de butifarra, para dar sólo dos ejemplos. Y en eso estaba, en un callejón sin salida, cuando un escritor amigo me dio un buen consejo: me dijo que me dejara de tonterías y escuchara cómo hablaba el personaje y punto. Juan José Saer decía que para narrar sólo hace falta una voz y un lugar. Yo agucé el oído y una cosa vino con la otra. No fui a buscar a esa voz ni a ese lugar, sino que me vinieron a buscar a mí. O para decirlo de otro modo, yo estaba cómodamente instalado en España escribiendo reportajes, entrevistas y críticas, y la Argentina vino a golpearme la puerta y empezó a contarme historias.
-¿El novelista ha postergado al poeta?
-Diría que incluso antes el periodista forzó el cambio. Entró a la cancha y dejó al poeta sentado en el banco de suplentes. Cada tanto el poeta juega unos minutos, pero no es lo mismo. Ya me gustaría a mí verlo con el diez en la camiseta haciendo goles a lo Messi, pero parece que de momento eso no es posible porque anda lesionado o no tiene un buen estado físico y el partido hay que ganarlo como sea.
-¿Desde cuándo vive en Barcelona?
-Llegué en abril de 2001. No tenía intención de quedarme. Era el típico viaje de turismo cultural, para llamarlo de alguna manera. Quería conocer Europa pasear unos meses y volverme. Pero no sé cómo pensaba hacerlo porque no tenía plata. Afortunadamente a la semana de pisar tierra ya estaba trabajando de mozo de almacén. Y como estaba completamente encandilado con Barcelona decidí no moverme de la ciudad hasta acabar de conocerla bien, y de paso tomarme un tiempo para juntar algo de guita y seguir viaje. Y así es como me fui quedando… después conocí a mi mujer y eché raíces. Supongo que todavía estoy conociendo Barcelona y eso lo explica todo.
-¿Cómo fue el primer regreso a Argentina?
-Fue de película. Cuando me fui mi vieja, que es media bruja, me dijo en Ezeiza: “Vos no volvés más”. Y yo le dije que no, que iba a hacer turismo, que para Navidad estaba de vuelta. Habían pasado tres años, me había casado, había tenido una hija, y seguía sin aparecer. Y de la noche a la mañana me les caí por sorpresa para presentarles a la nuera y a la nueva nieta. Casi se mueren. Fue una operación supersecreta, la estuve preparando con mi hermano con cuatro meses de antelación. Me acuerdo que lo llamé desde El Prat antes de embarcar para decirle solamente: “La abuelita revuelve la sopa y las golondrinas vuelan al sur”, era la señal. Nos salió perfecta porque no se enteró nadie hasta la escena final en lo de mis viejos, y se armó un alboroto increíble porque la familia es muy grande. Parecía una película del neorrealismo italiano.
-¿Cómo vio a nuestro país?
-Con esa borrachera sentimental del rencuentro yo estaba en cierta medida vacunado contra el desencanto, pero igual el impacto fue grande. Cuando me fui De la Rúa aún ocupaba el sillón de Rivadavia y la convertibilidad funcionaba a todo vapor. El olor a chamusquina ya se adivinaba en el aire con la desbandada de Chacho Álvarez y una burbuja económica insostenible, pero nadie podía prever la magnitud del derrumbe que se avecinaba. Y lo que me encontré fue realmente desolador. Parecía un campo de batalla al día después. La resaca de lo que había sido la salvaje fiesta menemista en cada calle. Una miseria de terror. Me acuerdo caminar por Corrientes y no reconocerla. Las veredas destruidas, cartoneros por todos lados, cantidad de librerías cerradas y las que quedaban abiertas daban pena, con los estantes vacíos o liquidando el último fondo del último almacén olvidado… y así. Un bajón. Después de eso, cada vez que vuelvo a la Argentina –y lo hago bastante a menudo– la encuentro mucho mejor, con señales claras de recuperación y síntomas alentadores por todas partes.
-¿Qué familia tiene en Argentina?
-Podría decir como Atahualpa que tengo tantos hermanos que no los puedo contar, pero es mentira. Sí que puedo, a los que no puedo contar son a los sobrinos. En Argentina tengo a mis viejos, cinco hermanas, un hermano, cuñados y cuñada y una veintena de sobrinos. Además hay que sumar varios tíos y una legión de primos con sus respectivas familias. Sin contar a los amigos. Cuando voy para allá armamos unos asados tan multitudinarios, con tal cantidad de gente, que ya dan miedo…
-¿Y su familia de Barcelona?
-Sigue el mismo camino y la cosa da vértigo. La familia de mi mujer es muy numerosa y en casa ya tengo a tres parlanchinas que ponen diariamente a prueba mi precario catalán y me afean mi pronunciación –no me dejan pasar una– cuando les leo el cuentito por las noches: Violeta (seis), Sira (cuatro) y Martina (a punto de cumplir dos). Y el perro, por supuesto, que si me ladra en catalán, yo no me doy por enterado.
-La crisis económica se hace sentir. ¿Tiene dificultades para trabajar?
-Desafortunadamente sí, para qué negarlo. La de los medios escritos es cada vez más complicada. Y esa situación ya era comprometida aún antes de que estallara la crisis económica global en otoño de 2008. Ahora hasta la industria editorial está tocada, amenazada o con visos de estarlo en la próxima rendición de cuentas. Cosa que pinta un panorama muy poco halagüeño. En descargo podemos decir que algunos medios digitales se expanden y consolidan tímida y discretamente, pero lo cierto es que el futuro de los periódicos tal y como los conocemos y de la letra impresa en general es un gran enigma. Yo no sé ganarme la vida más que aporreando el teclado y, a pesar de todo, lo sigo y seguiré haciendo. Qué escribiré mañana, para qué medio, en qué formato, en qué condiciones… son preguntas que intento no formularme porque no tengo respuesta.
-¿Toma mate, escucha rock nacional, tango, sigue a la selección nacional de fútbol, cuál es su manera cotidiana de ser argentino?
-Verdeo cada día, no puedo evitarlo. Escucho poco rock nacional, sólo lo bueno y de muy tanto en tanto. Y un poco más de tango, eso sí. Sobre todo Julio Sosa, el Polaco Goyeneche, Pichuco… Pero intento no abusar de la saudade porque no es bueno. La redonda es un tema aparte porque estoy viviendo una crisis de fe sin precedentes. En los últimos tiempos he seguido más al Barça que a la selección, para qué ocultarlo. Siempre he sido un ateo no militante, pero esto de tener a Dios en persona como DT, casi que me ha llevado a la apostasía. No quedará más remedio que sufrir en Sudáfrica, porque los milagros no existen. Pero quién te dice, si se da, me voy caminando a Luján…
viernes, 18 de junio de 2010
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Guapo, el tipo. A ver si la novela está igual de buena.
ResponderEliminarOigan, ya que he visto que aquí me contestan, ¿alguno de ustedes me puede decir si es costumbre en su país celebrar las victorias de fútbol con un atracón de milanesas o sólo es mi novio?
Gracias y disculpen la intromisión.
La novia española de un argentino.
Amiga, poner un argentino en tu vida siempre trae problemas. Más, su madre siempre hará las milanesas mejor que tú.
ResponderEliminar¿Hay que rajarse de Argentina para que te den bola y puedas publicar o ser alguien?
ResponderEliminarEl problema no es salir de Argentina para que te publiquen. El problema es que no hay manera de que llegue aquí lo que se publica allá. Orsi, Mallo y poca cosa más.
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