viernes, 12 de noviembre de 2010

HISTORIAS DE VIDA: DANIEL NEGRO

Daniel Negro es descendiente de italianos cruzados con criollos, lo que la da una apariencia muy mediterránea. Nació en Buenos Aires, en el barrio de Mataderos, pero su infancia y el tiempo de la educación sentimental transcurrió en ese mundo variopinto donde varios millones de personas conforman el Gran Buenos Aires. Pronto, cuando estaba en edad de colegio secundario y trasnochadas, fue atacado por el virus de la política, muy extendido en la Argentina de los ’70 y antes de que se le afianzara el bigote conoció los avatares de la clandestinidad. Esa circunstancia, y el seguir la lucha en el frente que eligiera la suerte, lo llevaron a Brasil, Suecia y por fin Barcelona. Hoy es conocido como Daniel el del Harlem, porque cuando aún no estaba de moda Ciutat Vella, puso en marcha el Harlem Jazz Club, un hito que con casi veinte años de vida sobresale en Barcelona. Con Zingaria Produccions, produce conciertos y festivales como el Festival de Jazz y Música Étnica de Ciutat Vella y el Festival MPB, Música Popular de Barcelona, donde suma la música de la gente y una visión política incisiva.

AQUIPEA: Hay una película, “Mirta, de Liniers a Estambul”, en la que una joven militante de los `70 tiene que exiliarse en Estocolmo con su pareja, pero la movida va a dejarla sola y, haciendo su vida, va a parar a Estambul, un sitio completamente alejado de la imaginación de alguien que vivía en Liniers. Le propongo que juguemos con los paralelos. ¿Cuál fue su Liniers: Mataderos, Villa Insuperable, Baires, otros?
DANIEL NEGRO: Es curioso, pero yo conocí a Mirta en Estocolmo. Como a tantos otros, la pareja le duró el tiempo del escape hacia el exilio y luego la separación. Eso era bastante común. La pareja se mantenía unida en esa transición hacia la seguridad y la libertad, después… parece que perdía su razón de ser. Era un bombón, y en Suecia se enamoró de un turco, y con el turco, que tal vez no pensaba en volver a su tierra, se fueron a Estambul. Pienso que para ella, una vez lejos de Argentina y del barrio de Liniers, Estambul era sólo un paso más. Para él, no sé. Creo que así como muchos inmigrantes quieren volver con un Mercedes Benz, este le ganó a todos volviendo con un bombón argentino.

-¿Y su Estambul? ¿Llegó o está por llegar?
-El mío también llegó en Suecia, pero no fue Estambul sino Zagreb. Allí me enamoré de Sonia, que era de Serbia, y partimos para su tierra. Yo era joven y festejaba la razón de estar vivo. De Villa Insuperable a Zagreb, como Mirta. En ese tiempo también Zagreb era una revolución para un argentino. De pronto, en un bar, sobre la hora de cierre, los clientes pedían otra vuelta, y las “camaradas” camareras les decían, tengo que cerrar, camarada cliente, si no se va llamo a los camaradas milicianos. Y al rato había una asamblea entre camaradas clientes, milicianos, camareras y el exiliado argentino que estaba de visita y era un camarada más.

-¿Cuántas vueltas dio hasta aterrizar en Ciutat Vella, de Barcelona?
-¡Uff! Yo tenía a mi hijo, viviendo con su madre, en Barcelona, y varios amigos; entonces vinimos de visita. Corría el ’78 y Barcelona hervía, parecía que todo era posible. Manifestaciones, encuentros, estaba todo por hacer, y se hacia, con Jaume Sisa, Nazario, Pau Riba... Buscamos trabajo pero no salía nada, y cuando ya nos volvíamos descubrimos un local en Sant Andreu, frente un centro anarquista y decidimos poner una pizzería. En ese tiempo la pizza no era algo común. Más, daba para el chiste, porque venían y pedían una “picha”.

-O sea que antes de ser productor de espectáculos musicales, antes de parir el Harlem, fue pizzero.
-Sí, nos propusimos un plan modesto. Dar de comer a la gente del barrio. Pero tuvimos un éxito impensado. Tal vez porque escuchábamos a los clientes. Llegaba uno y decía yo quiero una pizza con mucha carne picada, lo que para oídos argentinos era casi una blasfemia, pero se la hacíamos, y quedaba en la carta. Nos fue tan bien que no dábamos abasto y como nuestra vida no pasaba por ser ricos haciendo pizza, la vendimos y con la plata que juntamos pusimos el Harlem.


-El Harlem Jazz Club es un sitio de referencia para aborígenes y extranjeros. Para muchos usted es “Daniel, el del Harlem”. Cuando comenzó con esto ¿tuvo presente que se convertiría en parte de su identidad?
-Juro que no. En ese tiempo Ciutat Vella era donde recalaban los marineros de la flota americana y, por ejemplo, la calle Escudellers era un boliche de tragos y putas atrás del otro. La gente no lo cree, pero nuestros primeros clientes eran las putas y los “camellos” senegaleses, que manejaban todo el cotarro. Había un pacto. En el Harlem, salieran de dónde salieran, eran solo clientes. Sus negocios los dejaban afuera, ahí no se transaba ni se puteaba. Y funcionaba muy bien, porque todos respetábamos las reglas.

-Programar música en vivo, en una ciudad que produce tantos funcionarios dispuestos a legislar el uso del aire, no es fácil. ¿Se necesita una cuota de humor especial para sortear las dificultades?
-Trato de no perder el humor. Creo que es algo que le debo a la militancia, y con quien milité. Nunca tuve un pensamiento lineal ni sectario. Siempre pensé que uno no estaba para aceptar verdad imposibles de cuestionar, y estando en un grupo o estando sólo, lo que va a prevalecer son los principios que uno mamó cuando era muy jovencito. El humor es parte de esa independencia. Recuerdo que cuando la guerra de Malvinas en Suecia había organizaciones de exiliados que mantenían los lazos de militancia de Argentina, y que los que no se proponían ser voluntarios a esa guerra le andaban cerca. Con un amigo diseñador hicimos unos carteles que decían “Las Malvinas son nuestras”, firmado por el Movimiento Pingüino de Liberación, y la foto de un pingüino. Con eso decíamos todo lo que teníamos que decir: que no íbamos a alinearnos con una dictadura militar por una tierra que en realidad pertencía a los pingüinos, pero hubo gente que empezó a decir que había una “quinta columna”. Era una risa.
Creo que la obediencia ciega de los exiliados a sus organizaciones se debía a que tenían la necesidad de pertenecer a algo, no podían estar solos. Yo, tal vez porque estar en la clandestinidad es un poco como un exilio, no tuve esa necesidad.

-O sea que se mantiene contestatario como en su juventud de Villa Insuperable.
-Bastante más misántropo que cuando era joven y creía en la gente, en toda. A veces quiero más a los animales que a la gente, pero no puedo soportar la injusticia y tengo que hacer algo. Si veo que un hombre maltrata a su mujer yo me le enfrento, si es un segurata o un funcionario, que abusa del poder, no puedo evitarlo, tengo que hacer algo.

-Veamos eso de los animales. El símbolo de Harlem es un gato con saxofón. Apoya las organizaciones que protegen a los gatos de la calle y, sabemos, que en su casa de la montaña, donde vive habitualmente, tiene un batallón de gatos. ¿Qué lo liga a los gatos de tal manera?
-Por un lado, cuando hicimos el logo del Harlem, a los músicos de jazz en New York se los llamaba gatos. Pero ahí no termina la cosa. Un día encontré una gatita muy mal herida y me la llevé a casa. Al tiempo le conseguimos un compañero, para que no estuviera sola y me llenaron la casa de gatitos. Cuando me separé decidí vivir en la casa de la montaña, en Fogars de la selva, y en el reparto de bienes me llevé todos los gatos. La disyuntiva era si los castraba, para controlar su reproducción, y decidí que la naturaleza siguiera su curso. Hubo momentos en que eran verdaderamente un batallón, entre los de la casa y los de afuera, los que se asilvestran cuando la gente los abandona. Pero luego llega el equilibrio.
Soy muy feliz rodeado de gatos. Muchas veces, si puedo elegir entre una persona y mis gatos, me quedo con mis gatos. Son menos complicados.
Para saber de esos tiempos en Argentina, Latinoamérica y Barcelona, pinche aquí, y también aquí, y aquí, y aquí, o vea que hay en el Harlem.

5 comentarios:

  1. veo con alegria que el bog esta levantando el nivel de los entrevistados.
    Este compañero esw muy listo.
    MEMO

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  2. Me gustó lo del Movimiento Pinguino de Liberación, el humor flota en todos los naufragios.

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  3. Tocando en el Harlen descubrí que mi lugar en el mundo era Barcelona.

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  4. Brindemos por Daniel Negro. GRacias a él, que llegó con inteligencia y ganas, Barcelona es una ciudad mejor.

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  5. gracias por compartir esto =)
    yo soy de España, aunque nací en Argentina, así que ahora estoy conociendo a familiares y explorando sobre mis raíces. Mi idea es quedarme en este alquiler temporario en buenos aires por un mes aproximadamente. Muy bonita ciudad. GRacias por compartir tu historia, me he sentido muy identificada, saludos

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