martes, 7 de septiembre de 2010

PALABRAS DE RICARDO PIGLIA

7 de setiembre. Hotel Condes de Barcelona, 12 horas de una mañana calurosa de Barcelona. Ricardo Piglia presenta en rueda de prensa su última novela, Blanco nocturno, editada por Anagrama, y Aquí. punto de encuentro argentino esta presente.
Los medios asistentes son muchos y siguen con atención religiosa las explicaciones de Piglia.
Dice, para explicar el tiempo pasado entre Blanco nocturno y su anterior novela, y su forma de trabajo: “No se la recomiendo a nadie. Yo escribo un borrador y después lo meto en un cajón y pueden pasar años hasta que escriba la novela. Creo que así el texto, la historia, adquiere cierta autonomía, madura un imaginario propio, porque uno en ese tiempo cambia, toma distancia”.
Para los que nunca estuvieron ante este escritor argentino, de tardío reconocimiento en España, vale la pena describirlo. Polo negro de verano, con cuello cerrado, chaqueta negra, una mata de rulos entrecanos coronando la cabeza, y las manos, que cuando no juegan con la tapita de la botella del agua parecen señalar palabras escritas en el aire. Tiene pinta de director de orquesta sinfónica, pero no es un divo. Tiene la sencillez del que está convencido de lo que hace, sin que el mundo le deba rendir pleitesía. Trasmite comodidad y la contagia. Como si estuviera con amigos en una terraza o en un bar con billares hablando de lo intrascendente.
Dice, de Blanco nocturno: “Un escritor no puede explicar lo que hace, y mucho menos interpretarlo. Eso lo tiene que hacer el lector, otro… Lo único que puede hacer es contar cómo se le ocurrió esa historia, cómo aparecieron los personajes. En este caso, quería contar la historia de un primo de mi madre. Montó una fábrica, en un pueblo de la pampa argentina, y por esas cosas que suceden en Argentina quebró. Quebró y se quedó sólo con el edificio y las maquinarias. Años pasó metido en la fábrica, pensando, anhelando poner en marcha ese imposible. Yo pasaba las vacaciones en ese pueblo y él me regalaba juguetes que hacía para mí, juguetes raros para los que la realidad no estaba preparada. En mi novela se llama Luca Belladona”.
Le comentamos que Luca Belladona nos recuerda “El astillero” de Onetti, donde el protagonista vive una situación similar. Y le preguntamos si aquel astillero en el delta ribereño y su fábrica en la pampa no son representaciones de un país que parece estar en desguace y reconstrucción perpetuos.
Dice: “Eso es a lo que aspira un escritor, a que su texto despierte en el lector resonancias propias. Seguramente tiene que ver con Argentina. Cuando se exige que el escritor sea comprometido se cae en la tautología. Siempre se escribe desde el compromiso. Uno escribe desde su propia vida, por más que imagine historias y situaciones. Yo siempre quiero que la novela que escribo sea distinta a las anteriores, pero, vistas en conjunto, se puede decir que todas mis novelas son una. Una novela larga como la vida. Y como la vida, cambiante. Tiendo a pensar que uno no cambia para mejor… pero esos cambios aparecen en lo que escribe”.

Ricardo Piglia en Blanco nocturno construye una historia sobre estos pilares: El empecinado Luca Belladona, las hermanas Ada y Sofía, que comparten el amor y la cama de Tony Durán, forastero y centro de las habladurías del pueblo hasta su muerte, y el comisario Croce, un investigador más intuitivo que razonante, que aporta los recursos del género policial.
Ricardo Piglia dice: “La literatura de género se conforma con repetir los recursos una y otra vez. La alta literatura busca la originalidad, la no repetición. He tomado los recursos de la narración policial como punto de partida, para ir más allá. ¿Por qué en la pampa? Porque la inmensidad de la llanura, lo aterrador de los cielos nocturnos que parecen caérsenos encima, me marcaron cuando era chico, y son un buen marco para encerrar una historia de pueblo”.

Si quiere saber más pinche aquí, o aquí, y después salga corriendo para comprar Blanco nocturno. Tal vez se tropiece con Ricardo Piglia caminando Barcelona.



1 comentario:

  1. Este es uno de los grandes de las letras argentinas. ¿Tendremos que esperar hasta que se muera para reconocerlo?

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