Germán Scelso, nació en Buenos Aires, en 1976, pero es un producto autóctono de Córdoba, a dónde llegó con cuatro meses, para en 2004, mudarse a Barcelona. Cuando lo entrevistamos para compartir su historia de vida dijo, para definir lo que hacía, que escribe y realiza videos. Para Aquí.punto de encuentro argentino la explicación era demasiado escueta, por lo que insistimos.
AQUIPEA- Un día dejó Córdoba, la familia, el “cuartetazo” y el mate con yuyos del monte para subirse a un avión y aterrizar en Barcelona. ¿Qué esperaba encontrar tan lejos de su origen?
GERMÁN SCELSO -En los ‘90, después de la escuela de cine de Córdoba, entendí que los trabajos en video experimental que hacía -mezcla de poesía y video-, no producían dinero ni prestigio institucional. Entonces me dediqué unos años a grabar bodas, festivales de danza para niños, sesiones en el Concejo Deliberante de la ciudad, etc.
Más tarde y a contracorriente, después de la crisis de 2001, empecé otra vez a escribir y al poco tiempo volví a hacer un experimento documental. Fue inesperado. Lo que nació como una prueba para denunciar a mis vecinos por ruidos molestos, se convirtió en un documental de observación desde las ventanas de mi casa.
Esta obsesión, en el 2003, fue mi último año en Córdoba. Edité un video de 40 minutos que se llama De ojos privada y lo presenté en el Cineclub de la ciudad. Tenía casi 28 años y sentía que era una edad límite para hacer un cambio drástico, cambiar el escenario de vida.
Fue intuitiva mi decisión, empecé a sentir que Argentina estaba cambiando, que la gente estaba cambiando profundamente después de la crisis. El 2001 fue una eclosión en donde la tensión entre el mito de la Argentina potencia y la cruda realidad se volvió insostenible.
A pesar de que creo que es mejor enterarse de que los Reyes Magos no existen, el fin de esa fantasía hizo que los valores y la concepción del mundo del argentino medio, empezara a ir, hablo en general, hacia donde no me siento cómodo. Era como vivir en un lugar después de una catástrofe, en este caso no sólo económica sino también moral: una especie de far west moral.
Me fui y me quedé con las ganas de hacer un western a lo Sergio Leone con música de la Mona Jiménez en vez de Morricone. Me fui. No participé en el proceso de recuperación del país.
-Usted ya lleva varios años en esta ciudad. ¿Se lo imaginaba cuando llegó? ¿Se queda porque se siente cómodo, o por aquello de quedarse un día más que al fin se hacen años?
-La decisión de venirme fue tan arbitraria e intuitiva como la de quedarme. No soy de los que llega fin de año y hacen una estadística de lo que hicieron bien o mal y programan el siguiente. Soy más caótico. Podría ponerme a pensar, y razones por las que me quedo encontraré muchas, mezcladas, y mezcladas incluso con otras razones que llaman a irme. Pero tal vez lo que prime a la hora de sentirme muy bien en Barcelona es no estar en un ambiente social caótico, al menos no más salvaje que mi propio caos.
-¿Tiene algo que ver esa sensación que tienen muchos argentinos de que Barcelona es la puerta hacia Europa? ¿Ha viajado?
-Nada que ver. Es más que nada por el idioma. Podría haberme ido a cualquier Estado español, pero el catalán pululando como una obligación produce una tensión que hace que no me canse del castellano; en Andalucía no duraría mucho tiempo. También porque aquí tenía grandes amigos cordobeses que se vinieron primero que yo y me recibieron, y también porque ya he hecho nuevos y grandes amigos. Algunos incluso son como familia.
El país vasco me tienta. He viajado y los países anglosajones son muy seductores: uno se relaja de tanto barroquismo latino. En Italia me siento tan en casa que sería como volver a Argentina. París… prefiero dejar que siga siendo un lugar mitológico en mi cabeza y no con el que me toca vivir la cotidianidad. De todas maneras, a pesar de esta lista de opciones, con el pasar del tiempo me lo pienso más antes de hacer un viaje a lo loco y tirarme, por ejemplo, en paracaídas en Berlín sin manejar idiomas; llegaría limitado de antemano. Tal vez por unos meses me iría a otro lado, pero a hacer algo concreto, aprender un idioma, grabar algo. Ahora mismo, más que hacer otro cambio de escenario lo que me interesa es seguir profundizando en la realización de documentales o videos de creación, y en mejorar la relación entre eso y el producir dinero.
-En Argentina se formó como documentalista. ¿El mundo mezclado y multicultural de Barcelona es más atractivo que Córdoba para una mirada de documentalista, o todos lo gatos son pardos?
-Todos los gatos son pardos. Lo único que tira para allá es el grado de identificación que tengo con las cosas, como un fetiche. Además, Argentina es un país que tiene el mismo cosmopolitismo que Barcelona, sólo que en otro estadio de su asimilación. Así que en el sentido antropológico documental, Córdoba y Argentina en general son interesantísimas. Y lo que tira fuera de allí es que al haber menos dinero, mucho menos dinero que en Europa y además repartido de manera mucho más desigual, los trabajos experimentales en video son un lujo inútil, disfuncional, mucho más disfuncional e inútil que aquí.
La verdad es que mi formación se afianzó aquí en Barcelona, sobre todo porque no paro de hacer. He hecho dos videos documentales en Barcelona con personajes barceloneses, y otros experimentos todavía en proceso, con personajes que me obsesionan y que para mí son interesantísimos.
-Usted es hijo de los peores tiempos de Argentina. Uno de los hijos que pagó sin haber pecado. ¿La distancia, un mar de por medio, le ha servido para entender mejor, olvidar, o reencontrarse con ese pasado?
-Nacer es algo que no elegimos. Así que de cualquier forma, vivir, es pagar sin haber pecado. Pero sí, soy hijo, literalmente, de ese pasado político argentino. Mis padres eran personas de acción en una organización revolucionaria, política y armada, en los años 70. Él desapareció en 1976, a mis cuatro meses, o sea que no lo conocí, y ella, sobrevivió podríamos decir, de los centros de tortura y eliminación. La manera en que todo esto se expresó en la sociedad argentina a partir del fin de la dictadura fue cambiando al mismo ritmo en que yo pasaba por etapas de mi vida. La política y la historia siempre estuvieron ligadas a mí de una manera natural, silvestre. Sin embargo, a pesar de que mi madre trabajó siempre en Abuelas de Plaza de Mayo y en otros organismos de Derechos Humanos, tanto en mi niñez como en mi adolescencia, y en gran parte de los años universitarios, tuve una participación casi nula en cualquier acto público o de militancia en H.I.J.O.S.
En los ‘80, esta especie de extrañamiento de una realidad que era evidentemente mía, se dio por la distancia entre el mundo de mis abuelos en el que me crié y el mundo que intentaba restaurar mi madre al salir de cautiverio. Sentía algo entre ajeno y propio por ese mundo, pero cualquiera de las dos sensaciones me parecían incompletas o falsas. Con mi hermano, con quien me llevo apenas dos años, no participamos en lo que fue el embrión de H.I.J.O.S. en Córdoba: El taller Cortázar. Mi madre lúcidamente nunca nos obligó a nada. Siempre fuimos libres de elegir entrar o no.
-Se puede decir que creció con el cambio de aquello que no se nombra hasta la voz pública.
-Como cualquier otro hijo de desaparecido, he visto la evolución de nuestra condición, de tema-tabú, a estereotipo político. Fui parte de este proceso íntimo y público, sobre todo desde lo íntimo. Sin hacerlo concientemente, al mismo tiempo en que se me ocurría hacer un documental sobre mi padre aparecían otros hijos haciendo lo mismo. Fue raro eso, porque una historia tan pesada y silenciada parece muy personal y única, y al ver a otro haciendo exactamente lo mismo sin haber tenido ningún contacto hace asumir que es algo que te excede, que no es sólo tuyo. La repetición te está diciendo algo. Se entiende la diferencia entre un padre muerto en un accidente y otro muerto por razones políticas. Te podés hacer el gil, o tratar de entender algún por qué. Yo por mi parte, si bien no empecé ninguna militancia política, asumí el tema como uno de los puntos de reflexión en mis propios videos, y hace ya muchos años que estoy escribiendo y haciendo más de un trabajo tratando de abarcar la historia desde los años revolucionarios hasta los juicios actuales a militares.
Si bien mucho antes de venirme –entre el año ‘95 y el ‘98 grabé las primeras escenas documentales referidas a la historia de mis padres- estar lejos, fuera del ataque de los medios de comunicación y de las opiniones de los vecinos, estar en otro continente, ayudó un montón no sólo a comprender mejor, sino a interesarme más libremente por esa realidad. Además, me fui justo el año en que empezaba el período kirchnerista, en donde el poder político está cimentado en gran parte en la política de Derechos Humanos (que empezaron de manera precaria y marginal en los años ‘80 y ahora ocupan un lugar oficial en la fuerza de los poderes políticos). Ahora mismo, si yo estuviera allá, me aturdiría de tanta oficialidad, de tanta propaganda por el triunfo de la voluntad de quienes pelearon hasta conseguir los juicios a los militares golpistas. No es que desacredite todo eso, por el contrario, me siento parte de ese proceso, sólo que personalmente necesito una fuerte distancia para poder analizar las cosas con claridad y verlas en un sentido más amplio, y modestamente diría, más poético y universal.
-¿Cómo se da en su trabajo esa asociación entre lo íntimo y el testimonio de lo aparente, entre la poesía y el documental?
-Empecé a escribir de adolescente. La misma necesidad poética que buscaba en los textos es la que tengo al hacer video. No sé bien cuál es la interrogación íntima del poeta. Pero podríamos decir que para mí tiene que ver con lo que no está dicho explícitamente ni en el texto ni en la imagen. La poesía de una imagen o de un texto está detrás de lo que muestran o dicen, o sea que está en lo que no muestran y en lo que no dicen, precisamente, en las apariencias. El poeta se mueve en el límite de esos dos extremos, y que sea lo que Dios quiera. Por eso no me considero un documentalista propiamente dicho, porque esa concepción clásica de lo documental refiere al documento, al texto o a la imagen como una prueba irrefutable de la verdad, de la realidad. Es decir, lo contrario a la poesía.
-Bajemos a lo cotidiano, para compartir oficios terrestres. ¿Cómo se ha ganado la vida en Barcelona? ¿En algún momento lo tuvo algo más fácil que ahora? Porque si ahora lo tiene fácil, lo suyo es milagroso.
-En este último año he hecho trabajos variados. Desde asistente de dirección o sonidista en pequeños rodajes, hasta ayudante de albañil. Como mi partida de Córdoba fue abrupta, al llegar hice el camino típico del inmigrante precario. Tenía dinero para vivir un mes, unos pocos meses para que venciera mi visa de turista y poca experiencia laboral en general. Conseguí trabajo en un locutorio a los pocos días de estar aquí y me quedé ahí muchos años. Toda cuestión legal y de una cierta estabilidad económica la conseguí trabajando allí. Pero pagaban muy mal.
Me costó irme porque me saturé de la rutina justo en plena crisis. No era un momento sensato para hacer un cambio incierto. Pero estaba muy saturado. Me organicé y pedí el paro y el cambio fue tremendo. Aunque costó un tiempo reestructurarme, el paro para mí es la posibilidad de dedicarme de lleno a escribir y a tratar de resolver esto de la distancia entre arte y producción de dinero. No es milagroso, es arriesgado. Estoy muy bien porque recuperé mi tiempo y los proyectos empezados están avanzando a más velocidad, pero al mismo tiempo al acabarse el paro puede que no haya conseguido nada. Queda un año más de la beca-paro. Bueno, sí es un milagro, pero muy corto.
-Por toda Barcelona se oyen voces de jóvenes argentinos, ¿qué es lo que los congrega? ¿Vienen por la Sagrada Familia y el Barça, o porque ser argentinos les de ventaja a la hora de ligar amores multinacionales?
-Hay muchos tipos de argentino inmigrante. Para todos los gustos: Exiliado, perdido, obrero, aventurero, negociante, jipón, artista, malabarista, tanguero, administrativo, psicólogo, galán. Cada uno se disfraza de parque temático y sale por ahí, a trabajar, a fanfarronear. Supongo que alguno vino por primera vez hace muchos años y corrió la bola y entonces se armaron los primeros grupos que luego recibían a los otros. El contexto es sólo un aderezo para empujar la voluntad, porque al final, el american dream en el extranjero es una promesa tan tramposa como en el propio país. Los únicos que consiguen un punto medio y seguro, son esos jóvenes que vienen a trabajar en temporada de verano y se llevan los euros a Argentina y los administran allá. Esos sí, de paso mientras producen dinero, gastan un poco en hacer de latin lovers, se hacen hinchas del Barça y aprenden a decir “molt be” y “adeu”.
-Por último. Desnúdese y cuente cuál es su vicio argentino. ¿El mate, los bizcochitos con grasa, arreglar el mundo con los amigos?
-Me tomo el atrevimiento de decir “filosofar”, con los amigos.
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